Por: Rvdo. Dr. Luis G. Collazo
lunes, 9 de diciembre de 2024
«Una voz clama: En el desierto preparad camino al SEÑOR; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios». Isaías 40:3 (NVI)
No es un secreto que nuestra realidad actual dinámica y cambiante nos lleva a un
proceso social donde la discontinuidad nos hace «caer» en un vacío histórico y
existencial. La Iglesia, por tanto, no queda exenta ante tal proceso ni puede evitar sentir
el vacío histórico y axiológico del momento en que vivimos.
En nuestra tradición bautista generalmente la iglesia, y los participantes en su carácter
personal, han interpretado la paz como un estado de ascetismo o tranquilidad espiritual
con un énfasis marcado en lo escatológico. Es decir, la paz es cierta seguridad
espiritual y una confianza absoluta en un final feliz más allá de los desafíos de la
historia. Aunque el concepto «Shalom» denota y connota algo muy diferente y
holístico, los bautistas tradicionalmente no han tomado en cuenta como asunto esencial
la demanda histórica de la paz fundamentada en la justicia.
Uno de los fenómenos que lamentablemente caracterizan nuestra era es la utilización de la violencia bélica para resolver nuestros conflictos, para lograr aspiraciones personales o colectivas, para obtener el poder político y económico, para imponer un sistema ideológico hegemónico o asegurar un espacio o territorio. Probablemente el siglo 20 y el actual constituyen los
escenarios donde la violencia bélica ha sido su distintivo más evidente. El medio más usual lo constituyen la glorificación de la guerra vía el armamentismo, el militarismo y la llamada seguridad nacional. Sus víctimas contingentes son marcados por el racismo, la xenofobia, la explotación económica y la supremacía racial.
No puedo concluir sin antes señalar que la identidad de una Iglesia es insignificante si
esta no se mantiene viva y pertinente a su momento-contexto histórico. En ese sentido
hoy se requiere de una Iglesia que esté dispuesta a caminar con el pueblo en su
realidad concreta, a pagar el precio de ser profeta y valiente, y finalmente, que pueda
leer con asertividad los signos de los tiempos y responder con diligencia ante los
mismos. Nuestra vocacional ministerial demanda construir una cultura de paz desde la
justicia en estos tiempos donde la guerra, como escribió el poeta cantautor argentino
León Gieco, «es un monstruo grande y pisa fuerte».
Es por eso por lo que la Iglesia tiene la responsabilidad de ante este monstruo grande
que con sus pisadas fuertes hace estragos, preparar y enderezar el camino para que el
mundo pueda ver y experimentar la paz que provoca la salvación del Señor.
El Rvdo. Dr. Luis G. Collazo es ministro ordenado de nuestra denominación. Posee
una maestría en divinidad del Seminario Evangélico de Puerto Rico y un doctorado en
teología del Graduate Theological Foundation.
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